Érase una vez un reino sin nubes...

Había una vez un reino feliz y dichoso en el que tras siglos de guerras y disparates, todos los súbditos habían aprendido a vivir en paz. Un sol radiante salía cada día iluminando los campos, los montes, y los valles. Las gentes departían sin temor, no importa cuál fuera su opinión, ni sobre qué. Pero sucedió que cierto día, un par de nubarrones perversos e intrigantes, se fueron a colocar delante del sol. Con el tiempo, los habitantes del reino fueron perdiendo su alegría, y rodeados de frío y oscuridad, empezaron a temer que los días del reino tocaban a su fin. Sobrecogidos, acudieron a los templos en busca de respuestas. Pero cuál no sería su estupor al descubrir que lejos de espantarlos, los sacerdotes del lugar rendían pleitesía a Nubarrín y Nubarrón. Desconcertados, fueron escondiéndose en sus casas, y el temor y el recelo comenzaron a extenderse entre los unos y los otros.
Al mismo tiempo, un sentimiento creciente de indignación fue cundiendo entre las gentes, que a pesar del efecto perverso de las nubes, aún conservaban memoria de los días soleados.
Así, la indignación de los unos y los otros, formó una corriente invisible de energía que poco a poco comenzó a ascender hacia los cielos. Se enredó entre las cumbres, atravesó los valles, y fue cobrando una fuerza cada día mayor. Al cabo, aquella corriente poderosa alcanzó tal magnitud, que comenzó a desplazar poco a poco a Nubarrín y Nubarrón, de suerte que algunos tímidos rayos de sol comenzaron a filtrarse de nuevo hacia la tierra. A la luz de aquellos rayos, las gentes abrían las ventanas y contemplaban el paisaje: nada había cambiado. Ni el reino se había acabado, ni la tierra estaba devastada, ni había señal alguna de una hecatombe inminente en el horizonte. Antes bien: los campos presentaban el mismo aspecto espléndido de siempre. Esta certeza no hizo sino aumentar aún más la indignación creciente, y así, justo cuando el sol alcanzó el mes de su esplendor, Nubarrín y Nubarrón fueron arrastrados más allá de los confines del reino, y el sol volvió a brillar por fin sin asomo de dudas, para los altos, para los bajos, para los zurdos, para los diestros, y para todas las gentes sencillas de buena voluntad, que volvieron a saludar cada mañana sin temor, y a acostarse cada noche sin dejarse invadir por lúgubres pensamientos...

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado (esperemos...)

Comentarios

  1. ESPEREMOS QUE NUESTRO REINO PARTICULAR ESTE LIBRE DE NUBES, DE NUBARRONES, DE NUBARRIN, DE NUBARRETE Y SE INSTALE EL SOL Y LA LUZ A DIARIO...BUEN RELATO...

    ResponderEliminar
  2. Anónimo11:46 p. m.

    Por suerte las nubes pasan, son arrastradas por el viento, desaparecen, vuelven otras y el ciclo se repite... Pero el sol siempre es el mismo y está allí, sin moverse, sin dejar de brillar aunque a veces no lo veamos...

    Lo siento pero como sabes los cuentos tienen tantas lecturas como lectores.

    maría.-

    ResponderEliminar

Publicar un comentario